Vamos ciegos a la carga, sin ver al resto de combatientes, sean o no de los nuestros, porque cada batalla es individual a pesar de que la guerra es general y total. Toda la tropa, al menos los rangos más bajos del escalafón, desconfía del resto de soldados y peones, mientras los altos cargos saben de sobra que están a salvo de las auténticas refriegas, aunque de vez en cuando tengan de contar la batallita de aquella cicatriz, orgullo de sus recuerdos, como si no hubieran cambiado los vientos y su parecer desde entonces.
Nos derrotan cada día aunque tengamos sensación de victoria y libertad ganada, porque al día siguiente, vuelve la inevitable futilidad de un nuevo fragor, una nueva escaramuza sobre el terreno enmoquetado, otra emboscada sobre los andamios mientras los "charlies" están ocultos en sus oficinas y búnkers, ametrallando precariedad y calderilla como si estuvieran haciendo un favor a alguien. Cada día, esperanzada, alza la vista la carne de cañón, mirando el horizonte de ascensos que no supondrán sino nuevos sacrificios, un trueque de ilusión y felicidad a cambio de censuras e hipocresías.
Tal vez aún haya tiempo para cambiar la mentalidad, enfocar la guerra no sólo desde nuestra batalla, sacar la mirada fuera de la trinchera, sin arriesgar la cabeza, para ver algo más del campo que se extiende ante nosotros. Imaginar nuevas tácticas en vez de seguir órdenes absurdas y carentes de lógica para nuestra victoria personal, pero no para la del mando. No suelen coincidir los intereses de los rangos, mucho menos a mayor distancia entre ellos. Sería bonito que toda ésa tropa, de repente, viera quién es y dónde está el verdadero enemigo, descubriera que han estado luchando contra sus camaradas, en vez de contra los dragones disfrazados de salvadores, tiranos encubiertos haciendo las tareas sucias del contraespionaje terrorista.
Y habrá un día en que todos...
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