viernes, 4 de marzo de 2016

Abrazos cafeinados

Me sueltan los brazos de Morfeo otra mañana y mi cuerpo, involuntariamente, se deja caer en los brazos del café. Me besa el cerebro y millones de neuronas adormiladas entran en éxtasis. Mis pupilas comienzan a abrir los párpados, cada vez más livianos, se expanden como fuegos artificiales a través del iris y comienzan a enfocar nítidamente en todas direcciones.

Al llegar a la oficina, otro abrazo en vaso de plástico y regusto amargo. Es una relación furtiva pero constante, un rito de cortejo que sucede todos los días. Mi amante me acompaña en los momentos de estrés y de relax, cuando más carga de trabajo tengo y cuando me puedo permitir estar un buen rato desayunando o fumando un par de pitillos. Calienta mi mano con su tacto y mi cuerpo con sus caricias, derramándose por mi interior como el néctar de la sabiduría.

Y como en tantas relaciones enfermizas, a veces, me planteo si no sería mejor dejarlo una temporada, darnos un tiempo para probar otras cosas, acallar rumores del mal que me está haciendo caer tan a menudo en sus brazos...

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