miércoles, 17 de abril de 2019

Norte pajareado

Otro post hablando de un viaje en tiempo pasado (pero no demasiado).

Salimos el domingo 7, con dirección Lizaso (Navarra), a pasar un par de noches en unas cabañas arbóreas, regalo de los pasados Reyes. El paraje es bonito a rabiar, las cabañas son acogedoras y salvo luz y agua corriente, tienen bastantes comodidades: terraza con tumbonas, calefacción de pellet, y copioso desayuno en cesta de picnic que te llevan hasta la base de la casita (de ahí toca tirar de polea y cuerda para subirla). Agradecer desde aquí lo majérrimos que han sido los empleados, y el trato exquisito y cercano a partes iguales.

Entre una noche y otra, además del cambio de casita, fuimos a conocer Pamplona/Iruña, ninguno la conocíamos salvo por las emisiones de los sanfermines. Tranquila ciudad, muy agradable pasear por sus calles, y deliciosos pintxos (lamentablemente casi todo estaba cerrado, así que pocos bares pudimos visitar). Por la tarde, regrasamos a Basoa Suites para el cambio de dormitorio, y sorprendernos con la cabaña más alejada, pero también la más espectacular: terraza enorme con travesaños en zig-zag, un ventanal enorme para disfrutar de las vistas, y el riachuelo corriendo al lado, para acompañar los trinos y gorgoteos de los diferentes pajarillos de la zona.

Las Cuevas de Zugarramurdi fue la visita mañanera, una vez abandonamos (previa ducha) las cabañas. Tenía(mos) que ir, era casi obligatorio acercarse y disfrutar de ése entorno, poder imaginar in situ cómo sería un akelarre, intentar ver a un grupo de mujeres, conocedoras de las hierbas medicinales tradicionales (y expertas en cabezología) viviendo en comunidad en ése paraje sorprendente y un tanto inaccesible no hará tantos años.

El plan era hacer noche en Ordesa, pero la previsión de la meteo daba nieve y bastante frescor, por lo que cambiamos el rumbo hacia Sabiñánigo, donde según Furgoperfecto hay un parking en el que pernoctar. No nos importaba pagar los 4 euros que cobra la policía municipal, pero al llegar allí, un par de policías militares vigilaban, metidos dentro de su 4x4, varios contenedores de transporte en un desolado aparcamiento.
- No se puede aparcar aquí hasta mañana. - nos dice el muchacho con carusa de cansancio- Hemos estado de maniobras y sólo han podido llevarse la mitad de los containers.
- Pues nada, no se preocupe. Buscamos otro sitio para pasar la noche.
- He escuchado a uno, en inglés, de los que llevan pasando por aquí todo el día, que había un sitio...
- No, tranquilo, no se preocupe. Ahora buscamos algún sitio guay. Gracias, y que sea leve lo que queda de maniobras.
- Gracias - sonríe.

Pues eso, a buscar otro sitio. Había otro cerca, según el maps, a unos 20 minutos. A los 15, en el momento de coger la salida, me la salto... "Recalculando... A 40 kilómetros, toma la salida..." ¿40 km para un cambio de sentido? Ni de Blás. Toda la autovía en obras, ninguna salida sin balizar. Buscamos (mientras recorríamos ésos 40 interminables km al ocaso), algún sitio guay cerca. La Sierra de Guara parece una buena opción, parece un Parque Natural (según el mapa). Al final, un cartelillo minúsculo con "Sierra de Guara" señalaba una salida anterior a la del GPS. Reducción y giro para, oh sorpresa, descubrir que el cartel señalaba el "Campo de Golf Sierra de Guara". El día seguía deparando aventura, y otra señal marcaba la Ermita de Sannosequién, por una pista paralela al campo de golf. Después de 2 km al lado de chalets, la pista se bifurcaba en 2 caminos pedregosos, así que paramos, miramos un poco alrededor, y viendo un saliente en una curva, decidimos pasar ahí la noche, y descansar de tanto cambio de plan.

Una vez desplegada la cama, y mientras no tomábamos unas merecidas cervezas, encendimos una pequeña hoguera, dentro de un escurridor metálico de PiKea (ideaca vista en internet), cenamos, y nos preparamos a pasar la noche, pensando en posibles destinos para el día siguiente.

Terminamos acercándonos a Alquézar, tras consultarlo con una Anita, compa de Villa Casuplón que conoce la zona, intentando tomar un café por el camino. Entramos en un pueblo en el que vimos un hurón salvaje y lo que era antiguamente el bar, tras una terraza ajardinada con hierbas que cubrirían a Tyrion Lannister completamente. Otros pueblos, ya desde la carretera, dejaban ver que aparte de campanario y algunos tejados, no tenían sitio para viajeros adictos a la cafeína. Pude tomar mi delicioso brebaje ya pasada la 1 del mediodía, seguido a continuación de un tercio de Estrella Galicia y unas vistas espectaculares de Alquézar: pueblito medieval, de forma alargada, enclavado en el barranco del Río Vero, con una colegiata que pudimos visitar por la tarde, y una población de buitres que sobrevuela la zona todo el día gracias al comedero que hay cerca (y que no pudimos visitar pero queda pendiente volver). La tarde amenazaba con una lluvia que quedó en 4 gotas, pero bastó para tenernos jugando al Rummikub en la terraza del bar hasta que llegó la hora de dormir.

Al día siguiente, y ya con mejor tiempo, nos hicimos la ruta de las pasarelas, por todo el cañón del Vero, gozando de la transparencia del agua, de los colores que a tramos la pintan manteniendo su claridad. Llegamos a un mirador, antes de encarar la subida de vuelta, cuando pudimos charlar un rato con una pareja de jubilados "de dentro de Zaragoza", que nos dijeron que la ruta continuaba hasta Asque, dentro de lo que era el Camino Natural de Barbastro. Más o menos una hora más de caminata, y allí que nos fuimos. Yo iba pensando, inocentemente, que podría tomarme una cerveza fresquita al llegar, para rehidratarme y ésas cosas, y luego ya volveríamos a Alquézar. El bar, bastante molón, todo hay que decirlo, aún estaba con los trabajos de jardinería y acondicionamiento, de cara a la temporada, y aparte de un par de currelas, no vimos a nadie más, así que nos sentamos a la sombra de la iglesia, y nos comimos el bocata mojándolo con agua fresca.

El sol que nos fue acompañando consiguió que, justo antes de empezar la subida hacia Alquézar, nos parásemos junto al puente que cruza el río para mojarnos los pies y lavarnos la "sobaca". Ya más frescos, tiramos monte arriba hasta conseguir llegar al punto de partida, en la zona de bares, donde sí pudimos tomarnos ésa birra, ya merecidérrima.

Tras recoger bártulos y tomar café en el bar, pusimos rumbo a Barcelona, parando en la Montanya de Montserrat para hacer tiempo y ver el monasterio y los alrededores. Nos hizo gracia cruzarnos con un par de cabras monteses, en un sitio con tanta gente todos los días, y nos sorprendió la decoración interior del monasterio, con tanto dorado que parecía una fiesta de adolescentes rusos patrocinada por Donald Trump. Conseguimos llegar a Barcelona y aparcar, con cierto aroma a gimnasio, para visitar a una colega de Neni (gracias por acogernos, Angelotrón) y poder ducharnos y coger fuerzas para la vuelta a Robledo al día siguiente. Poco hicimos fuera de casa, aparte de tomarnos unas birras en la terraza y volver a cargar todo en la Gorgona, pero pudimos dormir en una cama (o sofá, en mi caso), limpiarnos y ponernos ropa limpia, y enfilar el final del viaje con energía.

Pensábamos que quizás, por las horas, no comeríamos el atasco del partido del Atleti. Poco podíamos sospechar de otro atasco, en Alcalá de Henares, nos iba a retener durante casi una hora para hacer 4 km. Terminamos llegando a Robledo a las 20:00, hora y media más tarde de lo que había calculado, pero por fin estábamos de vuelta en Villa Casuplón. Ahora sólo quedaba descargar y poner lavadoras como si no hubiera un mañana.

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