miércoles, 3 de julio de 2019

Vuelta al cenicero

El café se estaba quedando frío en la taza, el humo del cigarrillo se había disipado mientras jugueteaba con los rayos de luz que se filtraban por la persiana, y el zumbido amortiguado del frigorífico acompañaba constante el de un par de moscas, que revoloteaban aleatoriamente por el salón.

El cenicero debería haber rebosado medio paquete atrás, pero acumulaba estoicamente cada uno de los clavos, cada recodo en el hilo de pensamiento que terminaba por devolverle al mismo planteamiento. Al instante de comenzar de nuevo la madeja, su mano iba directamente al paquete, y cuando llevaba un par de giros en su razonar, el cigarro que había sacado servía de pavesa en la que encender el siguiente.

No era raro que le diera tantas vueltas a las cosas, le gustaba pasar el tiempo en silencio, encerrado en sus propios pensamientos, sin otra compañía que la de sus voces interiores, a las que de vez en cuando se imaginaba con tonos impostados, haciendo falsetes o agravando la voz, para dar otro cariz a algún pensamiento suelto. Podía pasar días enteros sin necesidad de ver a nadie más, viendo películas, leyendo libros y escuchando las diferentes voces de su cabeza.

Sólo podía concentrarse en el pensamiento recurrente, en la idea permanente de que si se quedaba dormido...

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