miércoles, 12 de febrero de 2020

Sólo yo

No sé si a veces me impongo la soledad. Está en mi mano, desde luego, acercarme a las personas que me rodean, pero no termino de abrir el caparazón. Trato de pensar en los motivos y en sus soluciones, intento con ganas entender qué mierdas me pasa en la cabeza para ser tan ambiguo en el acto de sentir, cuál es la razón que me empuja a dejar que me afloren los sentimientos de la peor manera posible, porqué soy incapaz de esforzarme más.

Creo que no estoy dispuesto a que nadie juzgue del todo mis miserias, mis vicios y defectos, que son variados. No me reconforta el hecho de que me puedan querer tal y como soy en mi totalidad, porque ni yo mismo me aguanto a veces. Hay momentos en los que, por supuesto, añoro la compañía de otra persona, me imagino una conversación, una mirada, un roce, una caricia, y siento un leve estremecimiento recorriendo mi columna. Y luego vuelvo a ése estado de letargo melancólico, en mi madriguera mental, rodeado de silencio e intentando no romperlo con palabras.

Cada vez que abro mis emociones y dejo entrar a alguien, parece que termino por volver a cerrarme, por entrar un poco más adentro en mi cueva interior. Me refugio en lo más oscuro y profundo, donde no llega la caricia de la luz ni el susurro del viento, y agazapado, les doy vueltas a los mismos pensamientos una y otra vez, hasta que pierden el sentido y vuelvo a despreocuparme, al menos en apariencia.

Por supuesto, ésa despreocupación es temporal, una mascarada temporal para la personificación de mi angustia. Disfrazo a duras penas la tristeza, la melancolía permanente de estar acompañado y estar sólo, me veo insignificante ante un mundo inhóspito e indiferente. Al cabo de unos minutos, o unas horas, vuelvo a dejar caer la mirada al suelo, observo sin ver el frío y sucio suelo, más o menos a la altura por donde siento que puedo estar.

¿Qué puedo hacer, si no alejar a quienes me importan? A nadie le puede gustar vivir cerca de alguien como yo, dejado y despreocupado en apariencia, y amargado la mayor parte del tiempo. Frustrado por no tener la empatía que creo necesaria, incapaz de mostrar interés en nadie que no sea mi propio yo, e incapaz también de sentirme feliz. Y sintiéndome muy culpable. Por nimiedades, seguramente, por algo vital, según mi sentir. ¿He hecho bien? ¿Por qué me siento aún peor que ayer, aún más culpable de mi propio sino?

Toca volver a descubrirse, redefinir el mundo que me rodea, resurgir una vez más, y no darlo todo por rendido.

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