viernes, 22 de enero de 2016

Mundo enfermo

El mundo se va a la mierda y nos vamos a quedar mirando embobados cómo se va al carajo, a través de nuestras pantallas de móvil y ordenador, reenviándolo a nuestros contactos, para que vean que seguimos estando al tanto de todo cuanto sucede.

El mundo entero va directo a la hecatombe de heces, avanza inexorable hacia un Apocalipsis anestésico que fugazmente será un deja vú en nuestro subconsciente para volver a sumirnos en el tedio inmediatamente después, porque nos aburre ver lo mismo una y otra vez pero somos incapaces de apagar la conexión digital y encender de nuevo la red social de la vida.

El calentamiento global nos deja fríos, porque siendo sinceros, son varias décadas escuchando hablar del fenómeno sin ser conscientes del todo de qué significa para las generaciones futuras, si llegan a sobrevivir. Las "catástrofes naturales" que nos dicen las noticias son sólo mecanismos de defensa del planeta, como la fiebre lo es en el cuerpo cuando hay una infección. Los terremotos se llevan sucediendo en el planeta desde que es planeta, igual que las olas de frío glacial, las sequías y las extinciones.

El mundo se va a la mierda a pasos agigantados, como si la solución para salir limpio del barrizal fuera lanzarse de cabeza hacia el centro del mismo, intentando rebozar el máximo posible de lodo por la máxima superficie de nosotros mismos. Insensatez ilógica que no se puede excusar en las decisiones de los líderes políticos y económicos del mundo, en cada mano está gastar menos, reducir nuestras necesidades diarias, volver aunque sea levemente a un ascetismo antiguo en nuestro vivir cotidiano.

¿Cuántos móviles necesitamos? ¿Es necesario salir con el coche cada fin de semana para ir a conocer una franquicia cervecera o gastronómica de otro pueblo? ¿Hay que estar permanentemente pendientes de un trasto que nos permite hablar con gente a la que tenemos en muchas ocasiones al lado?

jueves, 21 de enero de 2016

Historietas

Mientras garabateaba sobre el papel monigotes abocetados al azar, se puso a recordar en sus pensamientos de la lejana infancia cuándo descubrió el gozo de leer tebeos, en qué momento o con qué historieta se enganchó su cerebro y se hizo adicta su imaginación.

Recordaba una gran colección de tomos pequeños, todos con el mismo lomo amarillo y aparente desgaste, que una vecina había regalado antes de nacer él a su madre, por lo menos había doscientos números, prácticamente sin faltar ninguno, de "Don Miki", los tebeos publicados por Disney para seguir sacando dinero a los incautos que dejaban a sus retoños educarse en la carencia de figuras paternas/maternas. No, no fue con ésos tebeos que devoraba día y noche con los que su imaginación volaba. También había un par de bolsas grandes, con los "Mortadelo" del abuelo, mezclados con algún otro número de "13, Rue del Percebe" o "Sacarino". Ahí sí había miga, absurdez y humor disparatado a raudales, ahí sí se iba la imaginación de viaje sideral y tardaba en volver la lógica de su retiro estratégico.

En ése momento empezó la magia, descubrir que incluso estando en soledad se puede disfrutar de muy buena compañía. Luego llegaron los cómics americanos, "La Patrulla X", "Los 4 Fantásticos" y "Spiderman" que me dejaba leer un primo de mi madre, los "Creepy" y demás almanaques que florecían en los kioskos de los 80, y mi primer tomo de tapa dura: "Star Slammers", una aventura espacial con tintes metafilosóficos sobre la unidad del Universo y las vidas que lo componen. Dibujado de una forma que para mi era novedosa por Walter Simonson, que ya me dejó alucinado en alguna historia de Thor con Surtur de por medio. El tipo multiplicaba el número de viñetas por página, no eran todas cuadradas, ni siquiera seguía el mismo tipo de separación entre ellas en una misma página, el dibujo continuaba y cambiaba al mismo tiempo entre varias...

Luego ya llegarían el resto: el "Batman: Año Cero" que me regalaron en un cumpleaños, las incursiones en horario escolar a las tiendas del centro de Madrid en busca de nuevas adquisiciones, y su posterior integración clandestina en la colección dentro del fortín materno, las compras masivas de números atrasados de una colección ya comenzada, las reediciones, los tomos recopilatorios en edición limitada... Y los que quedan por añadir...

miércoles, 20 de enero de 2016

Papeles

Perder los papeles sin necesidad de enervarse en los estribos, publicaban los papeles de los diarios a voz en grito, quizás con la secreta intención de desbocar nuestros nervios, desprendiendo un aroma a naftalina y rancio.

Los papeles lo dejaban bien claro, dentro del guión general, cada uno tenía su papel en la opereta de la vida, pero al final todo el mundo olvidaba su diálogo o su pie de entrada, y se dedicaban a improvisar el mismo papel durante los días, meses y años que su propio ser decidiera mantener.

Las papelas por su parte costaban cada vez más, aunque les era indiferente si se abonaban en metálico con calderilla de monedas o un arrugado puñado de papeles. A pesar de que se manufacturaban con el material de las cada vez más caras revistas de papel couché, su precio final era ajeno a los movimientos macroeconómicos de los mercados internacionales, cuyo papel era claramente mantener a los ricos en los puestos de poder y a los pobres a raya y en su sitio.

Papeletas electorales se amontonaban en las urnas y los contenedores de reciclaje a partes iguales, el papel higiénico de las democracias modernas ni siquiera sirve como papel para el culo, que terminará irritado se use o no, e independientemente de la marca que se elija. Lo que no se puede negar es su capacidad absorbente, al más puro estilo del mejor papel de cocina: a partes iguales, se empapa de dinero público y deja seca la capacidad crítica del pueblo que lo ha votado.

Y mi papel en todo esto, a fin de cuentas, es empapelar la bitácora, rellenar los papeles de ésta simulación de diario ideario, embalaje de locuras que otrora fueran letras sobre papel.

martes, 19 de enero de 2016

Inglés nivel oficina

"No, no, sorri. Güi don jaf ínglis servis jir" y cuelga el teléfono.

Es lo que tiene la gente de 60 años y 40 en el mismo puesto laboral. No han vuelto a tocar un libro o manual desde hace demasiado tiempo, no han tenido inquietudes educativas más allá de lo justo y necesario para su tarea, ni han intentado aprender nada nuevo por el mero placer de hacerlo.

Personas que han engordado sus nalgas en el mismo asiento, que no pueden mantener conversaciones durante los descansos que no sean de trabajo, pero que ahí siguen sin saber muy bien porqué (aunque tengo la sospecha que tiene que ver con la indemnización por despido que tendría que pagar la empresa).

Y bien sabéis que soy ferviente defensor del escaqueo y la Ley del Mínimo Esfuerzo, pero tampoco entiendo cómo las empresas, en su afán de obtener beneficios, mantiene cargos que en vez de aportar valor lo restan a corto, medio y largo plazo, ni porqué los buenos trabajadores, los que tienen el conocimiento y la actitud de mejorar el trabajo, son tratados como bichos raros, especímenes que han decidido evolucionar sin tener en cuenta la normalidad del resto del enjambre. Como si fuera una ofensa mostrar las carencias de algo, en vez de verlo como una guía para mejorar o un ejemplo de cómo deberían ser.

Así que, como diría el tipo en cuestión, "gud bai, fréns".

Archivo de la bitácora