lunes, 17 de diciembre de 2018

Individualidad viajera

Durante el pasado puente de la Constitución, me las arreglé para hacerme un viaje furgonetero en solitario. Cierto es que llevaba un tiempo con ganas de hacerlo, pero la ocasión fue inmejorable: el clima acompañó, la Gorgona iba equipada y tenía por delante casi 5 días enteros para pensar en mis mierdas.
Así que el miércoles, después de una jornada "interesante" en el curro, enfilamos la carretera (y los atascos) rumbo al Cañón del Río Lobos, primera parada para hacer noche, y primera pateada a la mañana siguiente. Tengo recuerdos de pequeñajo, con mi familia, pasando allí algún día en plan dominguero. No ha cambiado demasiado, la verdad: el desfiladero y los buitres, la ermita de San Bartolomé, la cueva enorme justo detrás... Lo que sí creo que no había antes era lo de pagar 4 euros para poder entrar hasta el parking, aunque a cambio pueden visitar la Casa del Parque hasta 5 adultos. Not bad...
Por la tarde aproveché para hacer una miniruta en las Lagunas Glaciares de Neila, a una hora aproximadamente y cambiando Soria por Burgos. Pude pisar los primeros neveros de la temporada, y disfrutar de un par de resbalones en el asfalto helado, sin llegar a posar las nalgas, eso sí. Y una vez paseada la tarde, rumbo al destino para dormir: Urbasa (Navarra).
Tengo que reconocer que llegar ya de noche no ayuda a localizar un buen sitio, pero la tontunez no tiene fin y decidí (why not?), aparcar en el Mirador del Balcón de Pilatos, en la misma pincolla y sin un árbol cerca. Pero estar allí sólo, me permitió probar algo que tenía en mente: un minifuego portátil con un escurrecubiertos de acero (de una famosa marca de muebles desmontables que rima con "arquea"). A decir verdad, el invento traga palitos como si no hubiera un mañana, y sólo sirve para calentar manos y pies (si los acercas con cuidado). Pero el frescor no impidió que disfrutara un par de cervezas junto a la minihoguera. Hasta que llegaron un par de furgonetas más y se jodió lo de escuchar a la naturaleza, así que cansado de escuchar voces, me fui a dormir.
Claro, como no podía ser de otra manera, la Gorgona amaneció que parecía un iglú: a -2º C una bonita capa de hielo cubría completamente la carrocería. Un rato después, cuando conseguí que los cristales dejasen de ser translúcidos, bajé hasta Olazagutía a desayunar (y sorprenderme con una de las carreteras más divertidas y reviradas por las que he conducido), y volver a la otra entrada del Parque para hacer la Ruta de los Montañeros, atravesando el Hayedo Encantado hasta la Cima Bargagain.
De ahí, y con bastante tiempo por delante hasta la hora de volver a abrir el cajón de dormir, pensé: "hace mucho que no ves Gaztelugatxe, tira p'allá". Y tal cuál, para allá me fui. Ya llegando a Bilbao empezó el chirimiri, pero a medio camino de Bilbao a San Juan, la lluvia ya era importante. En definitiva, ni siquiera bajé hasta Gaztelugatxe porque apenas se vislumbraba a través de la cortina de gotas. Descansé un rato, y tiré hacia el Bosque de Oma, que no estaba demasiado lejos, y sabía de antemano que había un bar-restaurante con horario generoso. Ni tan mala idea: un par de birras por la noche, y un desayuno a base de barreños de café, las muchachas del bar übersimpáticas, el tiempo mejorando...
Pero como el bosque estaba cerrado (en teoría) y había más turistas que en Benidorm, volví a cambiar de sitio. Tras una pequeña búsqueda, apareció el Balneario de Valdelateja como algo interesante, así que para allí enfilé a la Gorgona, atravesando desfiladeros y barrancos, montes y valles, y me perdí por el camino... Bueno, me perdió el GPS, pero fue una excusa estupenda para hacer kilómetros de carretera, pensando en mis cosas y dejando que pasaran los diferentes paisajes.
Empezaba a anochecer cuando el cansancio (y un poco el olor a sudor) me hicieron pensar en una cama, con su cuarto de baño equipado con ducha. Activé el modo búsqueda de alojamiento, y fui parando en varios pueblos, más o menos grandes, donde pudiera haber una pensión, una posada, un hotelito... Hasta Segovia fui parando y buscando de cuando en cuando, y fue entrando ya en Segovia donde me orientaron hacia Espirdo, donde en la misma plaza había una pensión y, según confirmaron al otro lado del teléfono, una habitación libre. Llegué en torno a las 22:30, a un pueblito a unos 5 kilómetros de Segovia, y me encontré una pensión de las de toda la vida, justo sobre un bar que según me dijeron, "estaban a punto de cerrar". Subí a dejar las cosas, descubriendo una habitación con 3 camas (y una plegable supletoria), y una bañera enorme en el cuarto de baño. Bajé a toda prisa a tomarme un par de merecidas cervezas antes de que cerrasen... y hasta la una y pico de cháchara con los parroquianos, la camarera, su sobrina y un par de amigas de éstas.
A la mañana siguiente, me quité la resaca con un baño calentito, recogí los bártulos, y tras prepararme los pitis para la vuelta y tomarme un café en el mismo bar de abajo, enfilé el último tramo de carretera rumbo a Villa Casuplón, evitando siquiera acercarme a Madrid para esquivar el atasco de la operación retorno.

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