viernes, 16 de agosto de 2019

Alpargatas noruegas

Volví del viaje con las energías recargadas, hace ya casi 2 semanas, en las que apenas he parado. La cosa de las vacaciones fue tal que así, poneos cómodxs...

Madrugando muchérrimo más que para entrar al curro, nos fuimos al aeropuerto (donde nos tocó pagar de nuevo para poder facturar la mochila con las cosas de acampar) rumbo a Bergen, escala en Ámsterdam mediante. En el aeropuerto de Bergen nos esperaba el coche de alquiler que nos iba a permitir movernos. Otra sorpresa, aunque más agradable: nos habían mejorado la oferta de coche, y ahora era automático (a pesar de haberlo pedido manual), y con asientos de cuero, uuuuuh.

El tema, al estar permitida la acampada libre, fue que nos llevamos la tienda de campaña y los sacos para ahorrar en alojamiento y poder asumir los (carérrimos) precios noruegos: 3 € por una bolsa pequeña de frutos secos, unos 6 € por lata de cerveza de 33cl, o los 13 € por paquete de Camel. Al menos con los cafés son generosos en el tamaño, pero el más barato lo tomé en un camping por 2,5 €. Bueno, a lo que íbamos, resumiendo el temario, hicimos noche en:

Primera noche: Evanger - área de servicio con wc limpios y abastecidos de papel, césped y mesas con bancos, y una bonita bajada a pie del fiordo (aquí, concretamente)
Segunda y tercera noche: Dragsvik - cabañas del camping Veganeset, debido a la amenaza de lluvia fuertecita. La misma lluvia que nos impidió hacer la Ruta de las Cascadas :(
Cuarta noche: Flåm - camping masificado en un pueblo turístico a tope (no recomendable, salvo por la subida a Brekkefossen, una espectacular cascada a 1 km escaso del pueblo).
Quinta noche: Øvre Eidfjord - camping Myklatun, justo al borde del agua de Eidfjordvatnet.
Sexta noche: Bergen - Youth hostel, cerca del centro y del puerto, en la parte vieja de la ciudad.

Tuvimos que movernos en ferry entre las orillas de los fiordos, pudimos recorrer las estrechas carreteras de montaña, túneles en espiral o con rotondas, autopistas de un carril por sentido limitadas a 60 km/h y atravesadas por pasos anti-ganado. La verdad es que las ovejas campan a sus anchas, en grupitos de hasta 10 y no en rebaños, por las carreteras y cunetas.

El paisaje variaba para permanecer casi inalterado: verdes laderas salpicadas de piedras y peñascos; casitas de madera casi de cualquier color aparecían entre la vegetación y los árboles; cascadas que son visibles desde la distancia, o que te sorprenden al girar una curva; agua en casi cualquier estado, desde el hielo permanente de los glaciares, hasta las gotas pulverizadas de la quilla sobre el fiordo.

La ruta, un poco más en detalle, fue algo así:

De Bergen salimos hacia Evanger, buscando un sitio para tirar la tienda y pasar la primera noche, paramos en un supermercado que vimos abierto para comprar cena y unas birras, pero al llegar a la caja... ¡Resulta que no venden alcohol los domingos! Hay que ir a un pub si se quiere tomar una birra, menudo chasco... Llegamos a un área de descanso con wc, cerca de Evanger junto a la E16, donde ya había una pareja acampada y un par de caravanas y camiones. Bajando una escalera, junto al área de descanso, pudimos bajar a mojarnos los pies en el fiordo, y descubrir otro par de tiendas junto al agua. Ni siquiera se escuchaban los escasos coches que pasaban.

Al día siguiente, después ya de desayunar y planificar el día, seguimos rumbo al Sognfjord, el Fiordo del Sueño, sin un sitio determinado para hacer noche. Nos paramos a estirar las piernas y comer en Undredal, en una terraza al sol, y pudimos dar un paseo por los alrededores antes de seguir hacia Balestrand. Hicimos otra parada en Viksøyri, por la tarde, y fuimos a ver un par de iglesias restauradas, una de piedra (Hove Steinkyrkje), y otra de estilo vikingo (Hopperstad Stavkyrkje), completamente de madera. No entramos en ninguna. En la primera, porque estaban celebrando un bautizo o similar, y en la segunda, porque debido a la pausada vida de las vacaciones, llegamos media hora después del cierre. Las pudimos disfrutar por fuera, hasta que volvió a llover, y seguimos camino hacia Balestrand, ya que había que cruzar el fiordo en ferry y no teníamos muy claras las horas y lugares de embarque, aunque según parece, los hay más o menos cada hora. Finalmente pernoctamos en el camping de Dragsvik, donde pudimos alquilar unas cabañas por la amenaza de lluvia de los siguientes 2 días. También el cansancio acumulado se empezó a notar cuando, en el embarcadero del camping, y mientras nos tomábamos unas cervezas, nos dimos cuenta que, a pesar de la leve claridad del cielo, se ocultaba la verdadera hora: las 23:00 de la noche.

La mencionada lluvia nos impidió hacer una ruta por 14 cascadas, pero nos permitió visitar Fjaerland, un pueblito casi bajo el glaciar, al final del Fjaerlandfjord, con unos 450 habitantes en verano y 11 librerías (además de varias estanterías con libros repartidas por el pueblo, con un buzón al lado para el pago). Una hora y pico de ferry para ir, 3 ó 4 horas libres, y vuelta al camping, a descansar y planificar la siguiente jornada, a decidir qué habría que dejar para un próximo viaje (en éste caso, Trolltunga, que implicaba una caminata de 10 horas, y posiblemente madrugar muchérrimo para llegar a una hora prudente).

Al día siguiente, camino de Flåm, hicimos un par de paradas por el camino, a sentarnos junto a algún arroyo, o en un mirador a estirar las piernas y hacer un par de fotos. Disfruté como un enano las carreteras de montaña, estrechas y reviradas, y era la risa escuchar la voz del GPS, pronunciando los nombres de las calles: "a 300 metros, gira a la izquierda en Nedre Brekkevegen". Parecía imitar a Chiquito, pero no, la calle se escribe tal cual (y hay foto que lo atestigua). Una vez montada la tienda, nos fuimos a ver Brekkefossen, una cascada espectacular, a menos de 1 km del camping, donde los últimos 500 metros se dividen en camino ascendente, escalera empinada, y vereda más ascendente. Vamos, que empezamos con una sudadera, y terminamos en camiseta y bien sudadas. Eso sí, una vez arriba, frente a la caída de agua y con el pueblo a medio camino del horizonte del fiordo, merece mucho la pena pararse un rato, dejando que los ojos deambulen libres por el paisaje. El pueblo en sí es bastante "artificial": un centro comercial junto al muelle donde atracan los cruceros, varios restaurantes (entre el que destaca el Aegir Brewpub vikingo, donde cenamos), y la estación de tren que hace el recorrido "Norway in a nutshell".

El siguiente día pusimos rumbo a Eidfjord, evitando peajes y ferris, para disfrutar los páramos de Geiteryggen, ya en el Hallingskarvet Nasjonalpark, donde hicimos una ruta caminando de 3 horas, para comer en una especie de refugio turístico. Luego, medio bordeando Hardangervidda, los túneles en espiral, cerca de Vøringfossen, y ya casi llegando a Eidfjord. Allí, nos dimos la vuelta para dormir en el camping de Øvre, donde está el Norsk Natursenter Hardanger, un museo interactivo de la naturaleza y estilo de vida noruegos. Hicimos la visita completa la mañana siguiente, y después de pasar por la tienda de recuerdos y echarme un café, fuimos antes de hacer la ruta de los túmulos vikingos (sale desde Eidfjord, y se hace en hora y media aproximadamente). Parada en una "playa", a darnos un chapuzón en el fiordo, y a seguir rumbo a Bergen, donde dormiríamos la última noche para estar más cerca del aeropuerto.

Ya en la ciudad (después de un pequeño tour turístico gracias al GPS, por calles estrechas y empinadas, de uno de los barrios de la ciudad), nos llevamos la sorpresa de que el alojamiento nos ponía pegas cuando estábamos a 10 minutos de llegar. Así que nos tocó gestionar una reserva en el Hostal Juvenil, y la aventura de conseguir entrar con los 3 códigos para cajas de seguridad, donde se guardan las llaves (Odiseo, "aficionao"). Es un invento lo de las cajitas de seguridad, con forma de candado, y cerrojo de combinación numérica, que tienen en prácticamente todas las casas. Ya en la habitación, y después de una merecida ducha, nos fuimos a cenar al puerto, a darnos un homenaje de marisco y pescado, y a tomar unas cervecitas por Bryggen, la zona de marcha que, casualmente, es uno de los barrios más antiguos de Bergen: todo de madera, con pasillos entre los edificios de 2 plantas, algunos bastante inclinados, bares y restaurantes, tiendas...

Para cerrar el viaje, el último día estuvimos paseando mientras rodeábamos la ciudad, por el parque del Acuario, estuvimos un rato en Festplassen, y ya con todo más o menos preparado, nos fuimos a devolver el coche, a coger un avión lleno de españoles... Y con verdes montañas sobre lagos y fiordos, a través de la ventanilla, nos volvimos al calor sofocante del verano en Madrid.

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