viernes, 5 de febrero de 2016

Conduciendo

He perdido ya la cuenta de las veces que he ido y vuelto a Madrid en la Gorgona, he recorrido la autovía a distintas horas, casi siempre con poco tráfico en mi sentido. Será la tercera vez que vaya acompañado con pasajeras de una conocida red para compartir vehículo, y la verdad es que estoy muy contento con quienes me han ido acompañando.

Lo de conducir con más gente impide que cantes a pleno pulmón o que te pongas a comentar sólo la forma de hacerlo del resto. Tampoco puedo sacarme un moco si lo necesito de verdad, o peerme fuerte, pero es agradable poder mantener una conversación con alguien, o descubrir un gusto musical, o una similitud en la forma de ver y afrontar ciertas cosas de la vida.

Y por qué no decirlo, me paga el depósito subir con 2 personas más a bordo, y me obliga a estar más pendiente del volante y la carretera. No es que vaya haciendo el loco o despistado habitualmente, no sobrepaso los límites de velocidad, dejo la distancia necesaria, circulo respetando al resto de vehículos y usuarios de la vía, pero la responsabilidad de llevar más vidas dentro de la Gorgona es como un extra de cafeína en el córtex cerebral.

Al final le voy a coger gusto a lo de conducir una furgoneta...

miércoles, 3 de febrero de 2016

Perdido en la oficina

No sé muy bien qué hago aquí, sentado en la oficina, frente a un ordenador. No me malinterpretéis, sé perfectamente a qué me dedico, pero no deja de resultar paradójico que cada vez le encuentre menos sentido. No me quejo de mi trabajo, o al menos no demasiado. Tiene las comodidades de la vida moderna: silla regulable y acolchada, conexión a Internet, aire acondicionado o calefacción... Pero no me llena, no confiere la sensación de plenitud de quién se sabe realizado.

Veo mi jornada laboral como una sucesión de días vacíos, con más o menos carga laboral, pero sin llegar a ningún sitio que no sea la repetición rutinaria: levantarse, ir a trabajar, volver, hacer lo que sea, dormir. Prácticamente no hay novedades interesantes que pueda narrar, sólo queda la falsa impresión de que lo hecho ha salvado el día de alguien. Utilizamos expresiones grandilocuentes para definir gestos mecánicos, como decir "me paso el día apagando fuegos" cuando lo más cercano a una llama ha sido la pausa del cigarro.

Me identifico a veces con un náufrago a la deriva, en una pequeña balsa improvisada en mitad del océano. No tengo puntos de referencia que me indiquen si voy en la buena dirección, no entiendo como nuestros antepasados leían las estrellas como si fuera un plano del Metro, y se me acaban los víveres al mismo ritmo que aumenta mi desesperada locura. Puede que termine bebiendo agua salada, o dejándome caer fuera de mi refugio para que me alcancen los tiburones. O puede que decida disfrutar del crucero, dejando que la brisa me vaya tostando la piel mientras las corrientes me hacen fluir hacia alguna playa lejana.

En cualquier caso, tengo constancia de que a final de mes me pagan por venir a la oficina, por los conocimientos que tengo, y por resolver los problemas que surgen cotidianamente. Sé de buena tinta que también puedo hacer otras cosas, como actualizar esto, o leer lo que me ofrece la web, mientras sigo cobrando y cotizando. A lo que quería llegar, mi vida no es gran cosa, pero podría ser peor.

Recordando

Últimamente me acuerdo en bastantes ocasiones de ciertas cosas de mi infancia, libros de cuentos que releía una y otra vez, juguetes que me acompañaban en mis fantasías y juegos de construcciones que llenaban el hueco de la soledad.

No sé si es nostalgia, porque aparte de recordar de forma vaga la silueta de un cuento, o cómo me sentía cuando montaba piezas de Lego hasta formar una nave espacial, no me emociona particularmente. No remueve los sentimientos de añoranza como debiera, pero me sirve para poner ciertos puntos en una imaginaria línea temporal de mi vida.

Recuerdo ayudar a mi madre a buscar las llaves un día, con mi hermana montada en el carrito y casi listos para salir a pasear, seguramente a casa de mi abuela. Recuerdo lo que me gustaba pasar el fin de semana en la antigua casa que tenía mi familia en la plaza del pueblo, no tengo muy claros los detalles de cómo se repartían las habitaciones, pero sí recuerdo con claridad que al no tener baño había que salir a un corral a hacer pis o caca, que había una chimenea enorme en el salón comedor, y que una vez confundí un ascua de la lumbre con una patata asada...

Recuerdos que nos evitan caer en la locura, o que nos dirigen hacia ella de manera imperceptible.

martes, 2 de febrero de 2016

Tener todo

Se dice que no se puede tener todo en la vida, incluso puede que sea cierto, pero no creo que sea realmente importante disfrutar todas y cada una de las facetas de la vida, poseer cada objeto diferente que se ha fabricado o manufacturado, ni siquiera haber visitado todos esos lugares idílicos del globo terráqueo.

Esto viene a cuento de los días libres y vacaciones que tengo, y de éste tuit de BiciYJazz , gran ciclista urbano y mejor persona. ¿Podría utilizar mis días libres y vacaciones para descansar y a la vez pedalear en diferentes ciclomarchas? Seguramente no simultáneamente, porque al trabajar en Alicante los desplazamientos me impedirían descansar adecuadamente, y aún consiguiendo unos días de teletrabajo para poder estar más cerca de las convocatorias, sería una paliza interesante.

Sería tan bonito poder hacer mi trabajo a distancia, de forma permanente... Podría ir moviéndome por la geografía siguiendo los vuelos de los pájaros o los caminos de las nubes, estableciendo mi residencia donde las estrellas no dejan ver el cielo oscuro de la noche, o conectándome en remoto a un servidor de México desde la fresca sombra de un árbol en alguna terraza de cualquier bar.

En principio tengo trabajo aquí hasta Abril, pero que se va a prolongar otro año es casi seguro. Parece que mis superiores están contentos con cómo desempeño mi trabajo, con la forma de resolver las tareas que me van encargando, así que tal vez sería interesante ir moviendo la posibilidad de teletrabajar. A mi consultora no creo que le importe lo más mínimo, mientras les pase mi parte de horas y no tengan quejas de nadie; mis jefes directos, como decía, parecen conformes con mi desempeño profesional (y aquí estoy escribiendo esto en horario laboral); los usuarios podrían poner alguna pega por no poder explicarme ciertas cosas en persona; y mis amistades alicantinas... me fastidiaría perder el contacto con algunas personas, gente que poco a poco han ido haciéndose un hueco en mi corazón, en mi vida, personas que me dejan estar en sus vidas de una forma que me sorprendió en mi cumpleaños, que me emociona saber día a día que están ahí aunque las vea poco.

Como decía, no se puede tener todo, pero tampoco importa demasiado, hay que ir adaptándose paulatinamente a lo que nos depara la vida, saber aceptar las limitaciones y conocer las fortalezas individuales, ampliar los círculos de amistades y los puntos de vista, y con todo eso intentar ser feliz.

lunes, 1 de febrero de 2016

El cuaderno rojo

Suelo llevar a mano, cuando salgo a dar una vuelta, un cuadernillo rojo, de discreta publicidad, elegantemente sujeto con una goma como las de las carpetas escolares. Lo llevo en la mochila o en el bolso, por si me apetece escribir algo, o inventarme una historia, o sacar algún dibujo de un lápiz o bolígrafo. Para no tener que enfrentarme a la soledad, y para que me acompañe cuando hay demasiada gente alrededor.

Empezó siendo un sitio para apuntar cosas, pero rápidamente se convirtió en un diario, una especie de log donde iba repitiendo los pensamientos y pasos de la psicoterapia. Donde reafirmaba ideas o ponía en claro sentimientos. Me calmaba los nervios, hacía de bálsamo sobre sentimientos negativos y me tranquilizaba la mente cuando conseguía plasmar cómo me sentía o qué pensaba sobre ciertos comportamientos, propios y ajenos.

Además de servirme para aclararme las ideas y pensamientos, o donde soltar parrafadas casi sin filtro directamente desde mi cabeza, creo que también me da seguridad, como si fuera una especie de talismán de protección, y todo porque en cualquier momento me puedo enfrascar en sus hojas, buscar mirando fijamente el blanco del papel las palabras que revolotean en mi cerebro, atrapar unos trazos de imaginación abstracta en redes de celulosa.

Y está a punto de quedarse sin espacio disponible en sus hojas, como si hubiera sido todo el tiempo un árbol de hoja caduca y se aproximara su otoño, lento pero inexorable como el invierno que le sigue y la primavera que lo verá brotar de nuevo en forma de nuevo follaje, como ponerle unas tapas nuevas a un libro querido, y me brindará de nuevo la sombra de su copa para que contemple el cielo de mi interior, en paz.

Archivo de la bitácora