lunes, 20 de mayo de 2019

Aprendizaje pedalero

Aún recuerdo cuando aprendí a montar en bici, o mejor dicho, cuando me enseñaron a pedalear. En mi memoria aún permanece una bicicleta prestada de mi primo, previa a ésta historia, con la que me movía por el pueblo de mi familia casi más como un patinete que como una bici propiamente dicha, por el tamaño y por la forma que tenía de usarla. Mientras, en el trastero esperaba una BH Californa X3 que mi padre decidió que era un buen regalo de reyes, cuando yo aún no sabía caminar.
Rondando los 10 años, me regalaron una Motoretta 3, roja brillante, con un asiento largo y blanco, y ya no tenía excusa para ir con un correpasillos, tenía que aprender a mantener el equilibrio, a girar y a frenar. Ése verano, en la puerta de casa, y ante la atenta mirada de mi madre, uno de mis tíos me daba las últimas instrucciones mientras sujetaba el sillín de la bici, ya conmigo encima agarrado al manillar, e intentando rezar mentalmente a todas las deidades que conocía. Ya hacía calor para ser aún media mañana, y por la calle apenas pasaba nadie. Al tener una leve pendiente, tirar cuesta abajo era cuestión de lógica, y apenas 20 metros más abajo, la calle perpendicular es ancha y llana, perfecta para dar la vuelta y volver a la puerta de casa.
Desde luego, no fue a la primera, y desde luego, ésa tarde me raspé en varias ocasiones rodillas y codos, pero aquella maravillosa sensación de pedalear sólo, dejando al adulto atrás, y conseguir parar más o menos en el sitio elegido para ello, fue algo que se me quedó grabado a fuego en la memoria. Varios intentos costó, desde luego, poder dejar atrás a mi tío y poder mantener el equilibrio, tanto pedaleando como con las piernas quietas. Otro tanto pasaba al empezar a moverme, si no era con el pedal derecho a una altura concreta, no era capaz de mantenerme vertical sobre la bici.
Luego llegarían las excursiones con mi primo y amigos, a la ermita, al río, a los cerros cercanos, o los viajes ya de adolescente (o no tanto), con la bici desmontada en el maletero de un autocar, rumbo a pedaleos en lugares nuevos.
Vendrían mi primera MTB, una Trek 830 comprada de 2ª mano a mi tío en la que invertí buenas tardes montándole piezas nuevas o dándome una buena trufa allá por 1998, hasta que alguien decidió llevársela de mi trastero; llegaría la restauración de una Orbea Moncayo de principios de los 80 rebautizada como "Torpeda", también de mi tío, y que me descubrió lo fácil que es ir de lado a lado de Madrid con un hierro de carretera; llegaría un cuadro de BH de montaña que repinté y al que monté todos los componentes de nuevas; llegaría Mortimer, una Specialized Daily para ir de paseo. Llegaría la BiciCrítica, ir en bici al trabajo, la desorganización de las 2 primeras Criticonas...

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