jueves, 14 de agosto de 2008

Los duros días veraniegos

Aprieta el calor, las chicharras cantan en los árboles, ocultas por las escasas sombras del mediodía, y una bicicleta se desliza silenciosa por el ardiente asfalto. El sudor perla la frente y la espalda, las gotas saladas se deslizan por costados y pantorrillas, mezcladas con miradas de sorpresa entre los escasos viandantes, esquivando pitidos y palabras malsonantes de conductores con prisas.
Se sufre subiendo cada repecho, cada cuesta arriba, pero la promesa del regreso, las bajadas cargadas de tibia brisa, y el saber que se hace lo correcto ayudan al pedaleo. Los gemelos cargados dejan de quejarse, las piernas dejan de ser chicles para convertirse en poderosos motores de nuestras vidas. El gordito de clase se convierte en el cachas de la bici, y la niña flacucha es ahora una señorita elegante que va en bici.
Las motivaciones de cada uno son tan dispares como las huellas digitales, y las huellas que dejan las bicis en la ciudad, tan breves como un suspiro a medianoche. La gente dirige la mirada hacia el enfermo/loco/hippy (y demás calificativos) que pasa por su lado, impulsado únicamente por sus piernas, como si fuera un ser venido de lejanos mundos, asombrándose de que alguien vaya en bicicleta.
No son implantes biónicos del futuro, ni somos criaturas de leyenda. No somos niños pequeños, no estamos locos. Somos personas que han tomado la decisión de no ensuciar el aire que respiramos, que estamos convencidos de que el sistema se puede cambiar. No necesitamos mil kilos de chatarra para movernos, ni es necesario que los últimos accesorios estén en nuestras monturas. La sencillez prima sobre lo demás, y el derroche es innecesario.
Sonreímos al resto de usuarios de la vía, saludamos al que coléricamente nos pita o pasa demasiado cerca de nuestro manillar, vivimos y respiramos y seguimos dando pedales, y cuando por fin nos alcanza el cansancio, paramos la bici y miramos alrededor mientras bebemos algo de líquido. La extenuación aún no ha llegado, y volvemos a dar pedales, haciendo girar las ruedas en el sentido contrario al del mecanismo industrial, atascando el sistema, corrompiendo a la "buena gente" que tiene coche, haciéndoles pensar durante un par de segundos "¿y si yo fuera en bici...?".
Aguantamos el insufrible calor estival, chaparrones primaverales, nieblas y heladas invernales, vientos frescos otoñales. Las inclemencias del clima no existen para nosotr@s, da igual que sea de día o de noche, da igual si se es mujer u hombre, da igual el frío o el calor, porque subid@s en la bici, lo demás es secundario.
Seguiremos pedaleando, contra la hipócrita sociedad del automóvil: nosotros sí somos automóviles, en el sentido más estricto de la palabra. Nos movemos por nosotr@s mism@s, sin más elemento externo que la bici y algún que otro líquido, generalmente agua, abundante en esta gran pelota azul que habitamos.

Es (casi) todo lo que quería escribir...

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