lunes, 26 de agosto de 2019

Corazón venenoso

"Dame veneno, que quiero morir, dame veneno" cantaban Los Chunguitos.

Te pedí veneno, porque me moría de ganas de probarte. Me diste tu veneno, porque no te importaba verme morir.

Empezó imperceptiblemente, al tornarse la cálida suavidad de nuestras palabras en sordos silencios entre frases hechas. El gusto de tierno aroma se tornó muda ceguera, alrededor de la rutina.

Poco a poco, la ponzoña de mi propio corazón nos devolvió a la realidad, nos puso delante de los ojos los gritos que nos negábamos a palpar. Mi propio veneno resultó ser un antídoto ante el tuyo, y ya ni siquiera noto dónde se clavó más tu aguijón. ¿En mi pecho, o en mi cabeza?

Es indiferente, porque vuelvo a tener sed de algo tóxico, siento de nuevo la necesidad de ensuciarme con la casta limpieza de una mirada, una invitación al pecado desde la inocencia de un roce. Y como un nido de víboras desperezándose ante la inminente primavera, emergí de mi retiro mudándome la piel en el camino hacia el calor.

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