jueves, 3 de marzo de 2016

Vomitar alegría

Caen el sol y las botellas de cerveza vacías, se suceden los cigarros acompañando el ir y venir de la bandeja, y la camarera que la sostiene suspira de nuevo sus ansias de terminar. El cenicero, sepultado bajo una montaña de escombros nicotinados, aprieta su contenido de cenizas ante la nueva colilla mientras observa impasible la degeneración, cómo se va corrompiendo mi sonrisa en una mueca, hasta que finalmente vomito mi alegría indiscriminadamente. Parece que la camarera no era la única que tenía ganas de salir pronto hoy...

Me he ganado la amistad de medio bar al rociarlos con mi última comida y bastantes cervezas, la camarera se enamora de mi capacidad de expulsión estomacal al instante, la multitud aclama al campeón de regurgitado extremo.

Desesperando al destino he conseguido beberme campos de cebada, manchar la reputación del suelo y mis zapatillas con la mitad de mis tripas, he asfaltado mis pulmones con paciencia y alegría. No vendrá la inevitabilidad, y desconozco si es porque llegué tarde yo, o porque no merezco su atención,

Mañana dará igual, abrazado a la resaca, la importancia de las cosas habrá disminuido considerablemente, el sentido de todo que ayer relucía por su simpleza y obviedad será un mero rumor, reptando por las esquinas de la habitación. Los tentáculos del sol han vuelto a invadir todo el terreno de las estrellas, y donde aguantaba estoicamente un ejército impasible de botellas vacías, conviven hoy en paz las tazas de café con las risas de los niños.

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